TEENTERO
… O LOS ECOS DE LA ADOLESCENCIA
Hace unos meses recibimos una invitación súper estimulante y jugosa: participar en la exposición Ni arte ni educación, organizada por el Grupo de pensamiento de Educación Disruptiva de Matadero Madrid, coordinado por esos seres brillantes que son Pedagogías Invisibles.
Ni arte ni educación iba a ser una exposición, un programa de actividades, un lugar que habitar… iba a ser tantas cosas que al principio no sabíamos muy bien ni donde meterlo en nuestros cocos.
La idea de Ni ni era clara: crear un espacio en el que darle todo el juego del mundo a propuestas que estuvieran a medio camino entre el arte y la educación. O más bien, que partiendo de territorios propios de estos, descubriesen nuevos lugares para lo pedagógico, lo artístico y lo social.
Todo estaba muy abierto, podíamos proponer lo que nos apeteciese.
Tú lo dices eso a los Cross en una reunión, y empiezan a surgir locuras de acciones de esas que querías hacer desde que eras pequeño cuando saltabas sobre la cama y soñabas despierto. Inauguraciones de los juegos olímpicos, mochilas propulsoras, superproducciones de romanos, coreografías de 400 personas…Hasta que nos centramos. Un poco solo.
Y decidimos proponer un taller en el que fuesen las personas en edad adolescente, las que tomasen la palabra y las paredes del Matadero. Ellas, metidas en ese momento en que las vida da mil vueltas y cada día es el primero y el último, podrían ayudarnos a entender: ¿Qué me ha hecho como soy? ¿Qué y cómo me ha enseñado la vida, esa maestra infinita, para que yo sea hoy quien soy?
El taller se llamó Teentero (si no pillas el juego de palabras puedes dejar un comentario y te lo explicamos, palabrita), porque para contestar a esa gran pregunta íbamos a partir de la escritura. Y siempre tonteando con el spoken word, que nos gusta a nosotros mucho.
Jugando y escribiendo, las adolescentes participantes iban a bucear en su biografía y a descubrir sus greatest hits, dándoles forma de poesía.
Poco a poco se fue acercando el 29 y 30 de Diciembre, que eran las fechas indicadas para que un grupo de adolescentes bien majetes, que nuestra querida crossita Xoana nos ayudó a encontrar, se plantasen en esa cúspide de la vanguardia y el moderneo madrileño y diesen rienda suelta a sus tinteros.
Durante dos días jugamos, escribimos, contestamos preguntas, escuchamos a Nina Simone, copiamos a Ángel González, y compartimos pequeños y grandes trocitos de nosotros.
El taller se pasó volando, como casi siempre.
Pero en ese vuelo pasó algo. O a mí me pasó, por lo menos.
Pasó que yo iba con mis juegos, y mis dinámicas y mi “cuando termine el día de hoy tenemos que tener el poema hecho”, y me encontré con un grupo al que, más que nada, me apetecía conocer. Jugando, sí, y escribiendo también. Pero sobretodo conocer.
Y fue a través de conocerlos que viajé ida y vuelta a mi adolescencia, a mis paseos por el barrio, mis amores, mis dudas y mis luchas de juventud… Y yo que había ido a proponer a esta gente que buceasen en sus biografías para conseguir destilar aquello que les hacía únicas en el mundo, me encontré conmigo mismo, adolescente, mirando de frente al adulto que soy ahora. Mostrándome mis suertes, mis miedos, mis sueños y mis especialidades.
El taller, pasó volando, pero en ese vuelo, pasó algo. Pasó que los arteducadores de dinámicas transformadoras y bla bla bla, acabaron transformados hasta la médula al mirarse en el espejo de un grupo de chavales, que estaban allí, sin más, exponiéndose honestos como un libro abierto.
Y arrojando luz, de nuevo, sobre un hecho incontestable: que la verdadera revolución es la adolescencia, y que todo lo demás son ecos.
Qué suerte tenemos algunas de hacer estas cosas. Como viajar sin salir de la habitación, y volver siendo otro distinto.
O, más bien, volver siendo el de siempre.
[Puedes ver los resultados de este taller, aquí.]