DE MARCELA EN ETIOPÍA
…O AQUÍ NO HAY NI MALAS NI BUENAS RESPUESTAS, SÓLO RESPUESTAS
El primer día después de clase, cuando me encontré con Ainoa, la cónsul, le dije “ yo creo que el sábado no va a haber muestra”. La primera sesión había sido un desastre, posiblemente la sesión más desastrosa de mis siete años en proyectos de este tipo. Después, tomando un café con Eugenia, la lectora de español de la Universidad de Addis, comprendí que el desastre era más grande que yo.
En Etiopía, los estudiantes de la Universidad no deciden la carrera que quieren cursar, sino que el Gobierno lo hace por ellos. A esta falta de motivación palpable en el aula, se le suma la falta de energía que pueden tener algunos porque están en época de ayuno, los cortes de luz continuos que provocan que la clase se desarrolle en penumbra, que ninguno de ellos había hecho teatro en su vida y que nos entendíamos en una mezcla de español, inglés y sonrisas.
Pero el miedo, el miedo era un gigante. Miedo a decir algo inadecuado, a no decir lo que la profesora quería a escuchar, el miedo a equivocarse, ese miedo que ya está tan dentro que a ver como lo sacas, el miedo de quien vive en un país que no es signatario de ningún convenio internacional de protección de los Derechos Humanos. Y aquí no hay ni malas ni buenas respuestas, solo respuestas, decía yo.
Mi plan de trabajo cambió: si iba enfocado a trabajar la igualdad de género a través del personaje de Marcela de El Quijote (según el estudio de ONU Woman No dejes ninguna mujer atrás, el 74,3 % de las mujeres etíopes sufren mutilación genital y el matrimonio infantil afecta de manera desproporcionada a las niñas de las zonas rurales), lo adapté para que todos fuéramos Marcela, esa mujer que no se quiere casar con ningún pastor ( el 90% de la población etíope es pastora) y que como nació libre, para seguir siendo libre escogió la soledad de los campos.
Etiopía, es el único país de África que no ha sido colonizado, y los chicos y chicas del grupo se sentían profundamente orgullosos de ello y de cómo en la batalla de Adua habían expulsado a los italianos. Pensé, Marcela es como vosotros, quiere ser libre, quiere ser sola, quiere elegir, como vosotros quisisteis. Y con este sencillísimo ( y sé que simple) paralelismo comenzamos a trabajar. Y aquí no hay ni malas ni buenas respuestas, solo respuestas, decía yo.
Nunca me he sentido tan orgullosa de un grupo con el que haya trabajado. Orgullosa como gallina clueca al oírles leer sus poemas o interpretar la vida de esa Marcela etíope que recrearon. Mi trabajo hubiera sido imposible si Eugenia, que lleva con ellos desde septiembre no les hubiera adentrado meses atrás en la aventura de la creatividad y el pensar por uno mismo. Y si Ainoa, no hubiera apoyado hacer una muestra no convencional, convirtiendo la Embajada de España en un casa de juegos entre etíopes y españoles.
En una de las rondas que hicimos al final de una de las sesiones, les pedí que dijeran muy brevemente lo que se llevaban a casa ese día.
Yilkal contestó: Nosotros podemos.
Y eso sí que sí que no es solo una respuesta, sino una buena respuesta.